FEBRERO 2024

domingo, 30 de abril de 2017

MALTHUS, SCHUMPETER Y EL NUEVO LIDERAZGO PROTECCIONISTA


Por Guillermo Ceballos Serra

En los días previos al 1ro de mayo, dirigentes de la oposición, políticos y sindicales, multiplicaron las críticas al gobierno por la situación económica y el problema del empleo. Muchos omitieron llamativamente o se desentendieron deliberadamente de su actuación y responsabilidades en la administración anterior. 

Personalmente, puedo compartir, muchas de las preocupaciones de estos dirigentes relacionadas a la falta de empleo.
¿Porqué tanta gente vive en condiciones indignas aquí y en otros países? ¿Por qué tantos líderes bienintencionados (no me refiero a los otros…) han frustrado innumerables veces las expectativas de sus seguidores o ciudadanos por una vida mejor? ¿Porqué líderes políticos o corporativos están en deuda en materia del desarrollo del empleo? ¿Cómo generamos empleos para mejorar la calidad de vida?
¿Porque un país como el nuestro de inmensas posibilidades, cuenta con un índice de pobreza del 30 %, donde poco más de 21 millones de personas, la mitad de la población argentina, cobra salarios, jubilaciones, pensiones o planes sociales del estado?

Pero además de este listado de porques,  me preocupan particularmente, las propuestas obsoletas al problema del empleo de casi todos ellos.

Las respuestas al interrogante del empleo, son múltiples y variadas, ajustadas a las épocas y a las geografías. Sin embargo, actualmente, se ha instalado, en mi opinión, una profunda división en  las mentes de los líderes y seguidores, tanto en la Argentina como en muchos países de diverso grado de desarrollo. Se trata de una división tajante y patente, entre una visión del pasado y otra del futuro  sobre cómo generar riqueza y empleo en nuestras sociedades.

Ha surgido también una increíble paradoja, quienes tradicionalmente se consideran “progresistas”  se han vuelto profundamente “conservadores” y quienes han sido tildados tradicionalmente de “conservadores” (casi nadie se autodefine de este modo), son en realidad los nuevos “progresistas”.

Este es un fenómeno, pareciera,  causado esencialmente (siempre considerando como hipótesis, que todos actúan con propósitos orientados al bien común), por miedo. Efectivamente, causado por miedo al cambio; temor al cambio  en la época del cambio exponencial.

Vivimos en la era de la hiperconectividad, en la era de los estados nacionales que ya no ejercen monopólicamente el poder dentro de sus fronteras y lo comparten con asociaciones de estados supranacionales, con las restricciones que impone ser miembros de organismos internacionales, conviven en su territorio con las filiales de compañías multinacionales y con ONG´s  multinacionales. En esta era, es imposible para un dirigente intentar hacer sombra tapando el sol con las manos. Por tanto nadie en el mundo tiene un poder omnímodo para implementar cualquier política pública en el mundo hipervinculado.
¿Es posible acaso para algún gobierno encarar una desforestación significativa sin generar un conflicto con Greenpeace y exponerse al escarnio internacional? El poder de los gobiernos ha menguado significativamente y el voluntarismo no resulta suficiente para mejorar las condiciones de vida de sus ciudadanos. Las fronteras son porosas y la vida digital las traspasa e impacta directamente en la vida diaria.

El miedo al cambio  lleva a intentar cerrarse en las propias fronteras para proteger empleos y es capaz de generar un Brexit, sin considerar que Gran Bretaña cuenta con el mayor número de ciudadanos (5 millones) trabajando fuera de sus fronteras nacionales dentro del espacio comunitario que integran los 28 países signatarios de la Unión Europea. Por tanto es posible que de concretarse su salida de la comunidad, resulte en el balance más perjudicada.

Conozco personalmente muy bien algunos de los estados y gente maravillosa del  “rust belt” (cinturón del óxido) donde triunfó el presidente Trump y me atrevo a decir, que a pesar de lo que hagan no volverán a ver las chimeneas humeantes de las viejas fábricas donde trabajaron sus padres; como no lo harán en nuestra tierra,  muchas fábricas de la vieja economía, por mas protecciones, restricciones a la importación que se establezcan. Son historia, a pesar que los viejos “progresistas” hoy neoconservadores, se aferren a proteger las fábricas ensambladoras en Tierra del Fuego o las cabinas de peaje de nuestras autopistas.

La nueva economía no tiene chimeneas humeantes, tiene neuronas humeantes por curiosear incansablemente un infinito de posibilidades novedosas. Los nuevos empleos surgirán de la "destrucción creativa" de la nueva economía. 

El liderazgo cobra sentido en la visión del futuro, partiendo de un sano inconformismo del presente que nos lleva a construir el futuro deseado. Si los líderes fundamentan su gestión en recuerdos o nostalgias del pasado, aferrados a los modelos industrialistas del siglo XX no construirán riqueza para las generaciones del siglo XXI.  La nostalgia no es un ticket al futuro.

El temor al cambio, la ignorancia sobre cómo encarar las transiciones, es condenar generaciones a una economía de subsistencia. “Los perdedores son los que ponen el esfuerzo en la resistencia y no en el aprendizaje.” (Sergio Kaufman).

La única diferencia entre los cambios de hoy y del pasado es la mayor velocidad en que se producen. Ese es el verdadero motivo del temor, percibimos hoy que la obsolescencia está a la vuelta de la esquina. Se requiere un gran esfuerzo institucional y personal para adaptarse a las nuevas reglas. Sin embargo, la humanidad siempre ha sabido sobreponerse a los cambios y con mayores o menores costos, resurgirá airosa.

En 1798 Thomas Malthus publicó su “Ensayo sobre el Principio de la Población”, donde pronosticaba que 100 años más tarde la población crecería geométricamente (exponencialmente) mientras  que la producción de alimentos crecería aritméticamente (linealmente).  A pesar de la elocuencia de sus predicciones catastróficas, la prueba del fracaso del ensayo está a la vista. La realidad ha sido diametralmente opuesta a dicha tesis. Las organizaciones y la tecnología, multiplican y democratizan los bienes, reduciendo sus costos constantemente, también los alimentos;  y aunque no accedan todos a ellos (tarea pendiente) , si se generan en cantidades suficientes.

Algo más de un siglo más tarde Joseph Shumpeter, en 1911 en su “Teoría del Desarrollo Económico”, analiza el rol del emprendedor y su voluntad de transformar las condiciones existentes, salir de su zona de confort y explorar nuevas alternativas de generar bienestar.

“La función de los emprendedores es la de reformar o revolucionar las formas de producir poniendo en uso una invención o, más en general, una posibilidad tecnológica aún no probada de producir una mercancía nueva o de producir una ya conocida en una forma nueva: abriendo una nueva fuente de abastecimiento de materias primas o un nuevo mercado, reorganizando la empresa, etcétera. Actuar con confianza más allá del horizonte de lo conocido y vencer la resistencia del medio requiere aptitudes que solo están presentes en una pequeña fracción de la población y que definen tanto el tipo como la función del emprendedor”. (Teoría del Desarrollo Económico).

En definitiva, la innovación, el emprendedurismo, la capacidad de transformar la realidad que nos han traído hasta aquí, muestran  que la historia  se repite sus ciclos de cambio de alguna manera. Idénticos temores se han planteado en el pasado, sin embargo, idénticas manifestaciones observamos todos los días, emprendedores e innovación,  han estado siempre presentes y lo están también en la actualidad. Por tanto mas allá de los resquemores e incertidumbres, creo que estamos en condiciones de  hacer el esfuerzo de adaptación que requiere la época, colaborar con quienes necesitan más ayuda para las transiciónes y confiar en nuestras propias fuerzas, como se hizo anteriormente durante toda la historia de la humanidad.

Al fin y al cabo, Goofy antes se llamaba Tribilín, pero sigue siendo el mismo perro.


No hay comentarios: