FEBRERO 2024

sábado, 5 de marzo de 2016

GESTION: ¿TODO VALE UNO?


Por Guillermo Ceballos Serra

Todos los ejecutivos saben cómo transcurren sus semanas laborales en un abrir y cerrar de ojos. Comienzan un lunes y ya se está comenzando el ciclo nuevamente. Tomamos decisiones, enfrentamos innumerables problemas, reuniones, viajes, eventos sociales de negocios y SIN embargo permanece esa sensación de que todo lo hecho resultó insuficiente.

En el pasado pulularon los cursos y seminarios de administración del tiempo, para optimizar justamente el recurso más escaso. Estos cursos pasaron de moda, pero el problema continua… con más stress mientras el balance de calidad de vida personal y laboral continua deteriorándose.

Pareciera que no maduramos nunca, que no aprendemos como manejarnos y estoy seguro que si encontráramos un nombre más aggiornado para los viejos cursos de administración del tiempo, tal vez “Seminario de Ecología Corporativa”,  podrían constituirse en un verdadero éxito comercial.

Pareciera que a pesar de los logros profesionales y académicos carecemos, sencillamente, madurez personal para distinguir lo urgente de lo importante, lo estratégico de lo táctico, lo operable de lo irremediable.

En una empresa que conozco muy bien, está instalada la frase, “todo vale uno”, es decir,  todo tiene el mismo valor,  todo tiene la misma importancia, todo es prioritario, todo requiere el mismo esfuerzo. Es parte del folclore corporativo, donde todos lo sufren y hasta se burlan resignadamente  de sí mismos por no poder encontrar el modo de superar el problema.

Esa capacidad de distinguir, de focalizar en lo importante, proviene como he dicho, de la madurez personal, sea porque se cuenta genéticamente con dicha cualidad o porque algún evento vivido (muchas veces doloroso) nos ayuda a poner las cosas en perspectiva.

La madurez lleva  a la humildad, no todos los problemas requieren de mi participación para resolverlos ni de una decisión ejecutiva, algunos simplemente se pueden delegar. Todos los temas que catalogamos como menores para nuestra atención, resultan sumamente  desafiantes y atractivos  para otro colaborador  que estará más que interesado en abordarlos.

A su vez, podríamos agregar que  no todos los problemas requieren decisiones, ni siquiera de un nivel menor, simplemente el plazo del tiempo nos libera de hacerlo, la madre naturaleza deja al descubierto su importancia relativa al cabo del periodo en el que se desarrollan los acontecimientos.

Entiendo que lo que en la mayoría de los casos falta una competencia que llamaremos de diagnóstico maduro, que permita evaluar intuitivamente el mayor o menor impacto de los temas en relación a los factores críticos de éxito de un negocio, al plan estratégico o de la función específica que se desempeña.
El diagnostico acertado permite identificar rápidamente las áreas donde se puede intervenir con probabilidades de éxito, donde está el campo de lo operable y el campo de los costos hundidos donde solo cabe tratar de aprender de los fracasos y los errores.

Alguna vez viajando con colega camino a un aeropuerto un viernes por la noche y con grandes posibilidades de perder el vuelo,  al ver mi nerviosismo creciente  me dijo: “Guillermo, si un problema no tiene solución, sencillamente no tienes un problema”. ¿Qué se puede agregar?

Por último,  tendríamos que contar también con una competencia de autodiagnóstico personal, que nos permita distinguir que es lo importante para cada uno, qué lugar ocupa el trabajo en nuestro ranking de valores y que estamos dispuestos a sacrificar en el altar de nuestras trayectorias profesionales.  Estas respuestas despejarían inmediatamente las angustias innecesarias y evitables.

No hay respuestas únicas ni válidas universalmente, solo están nuestras respuestas, las que cuentan para cada uno, las que nos ayudarán a ser mejores personas y mejores profesionales.



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